sábado, 18 de abril de 2015

La cabeza sobre mi cabeza

Ñam, ñam.

Tengo una cabeza flatulenta, hecha casi entera de una boca como el hueco que deja una raja gorda de sandía y las mandíbulas abiertas a 300 grados para comerlo todo. Es una cabeza gigante y torpe, una falsa cabeza sobre mi cabeza que da tumbos y se endereza según va creciendo y cambiando de consistencia: intestino delgado de animal limpio y desecado, luego globo sobre una varilla de plástico, luego careta de goma para carnaval y al final neumático rosa de bicicleta. Cabeza que come sin parar y sin ver.

Come cosas, pero prefiere comer –delicadamente como los perros sujetan con los dientes el pellejo de sus cachorros– gente. La que va encontrando por la calle, personas con las que se topa y coge con cuidado con sus dientes sin ojos: les levanta un poco para dejarles caer en el paladar o en la lengua, les sujeta con las mandíbulas como si estuviesen recubiertas de poliuretano. Ellos siguen caminando como si nada mientras ñam ñam la boca rodea con la lengua-alfombra-moqueta-edredón la parte de ellos que no es ellos pero sí.

La lengua recubre y chupa de lado la cabeza sin gente de la gente que pasa. Punta de la lengua muy de punta, detrás de las orejas. No le interesa, sólo come; ni tiene hambre, pero come y se hace cada vez mayor. Mi pseudocéfalo indolente come y no sabe pero por su gozo tiene en comparación conmigo cada vez más entidad.

Ñam, ñam.
Me falta sal, lo noto; me falta sal.

¿1998?



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