sábado, 28 de marzo de 2015

Si soy yo la espada

–Lleva paso firme, pero camina con ligereza.
Sólo se tropieza una o dos veces en el filo de la katana: la primera hiere, la segunda mata.

–¿Y si soy yo la espada?

–Posiblemente no sangrarás, pero tampoco te puedes forjar a ti misma.
Sólo recuerda: durarás si tu acero es muy dulce por dentro y el de fuera tiene pocos dobleces.
Debes saber también que tener el alma complicada no te resta agudeza.

–Madre, ¿duelen los golpes?

–A esa pregunta sólo puedo responder:
Lleva paso firme, pero camina con ligereza.
Sólo se tropieza una o dos veces en el filo de la katana.

Nakano Takeko (1847-1868)


miércoles, 25 de marzo de 2015

Zaragoitones

No sé por qué fuimos a Zaragoza. O sí: mi amiga Toñi quería hacer un viaje con su novio y yo era la carabina perfecta, porque podíamos hacer noche en casa de mis padres de camino a la capital maña.

Fue por 1994 y haciendo memoria resulta que no tengo el sentimiento de que Toñi y yo fuésemos tan amigas. Apenas teníamos nada qué ver la una con la otra, y sin embargo me prestó consejo y vestidos para eventos más formales de lo que yo estaba acostumbrada. ¿De qué hablamos esos dos días? No sé, ni sé si me hubiese vuelto a acordar nunca si no llega a ser porque me he encontrado una foto de la parada en Medinaceli a tomar café con milhojas de mantequilla de Soria, u otra en la que me niegan la entrada en El Pilar por llevar un pantalón demasiado corto (reconozcámoslo: poco más que unas bragas largas), o ésta hecha encima de no sé cuala muralla. Quizá la romana. Sí recuerdo que tuve que retrepar, o sea hacer el cabra.

Quizá la foto es mejor de lo que fue el viaje en sí. No importa.

Guardo las calzas (aunque no las uso), los rosarios (aunque ya no necesito polemizar con los católicos practicantes) y los mitones, que sólo saco del cajón en ocasiones contadas: la última hace poco en Zaragoza, me ha hecho gracia la coincidencia. Quizá tenga que llamarlos "zaragoitones".

He retrepado en mi vida más murallas pero si volví a hacer un viaje que no me terminaba de apetecer, no lo recuerdo. Quizá porque fui más lista y no hice fotos.
Aleluya.


domingo, 22 de marzo de 2015

Carmín

Flota tan agarrado; es una bandera.

La sangre que espesó de haber comido.

Obvio el resto: atención reúne.

Cambiaste una sonrisa que era fauce,
encubre y manifiesta lo más cierto:
quieres que te haga daño y no soy fiera.

5-6 de noviembre de 2009


La fiera

Intenta correr dentro de mi envoltorio bien vestido.

Creo que –la animo– salta por mis ojos, pero no es seguro.

¡Salta por mis ojos!

Qué inutilidad saltar así, como vivir lo mejor dormida.
¿Es hermoso lo inútil? ¿Útil lo hermoso?

Siento un sabor a sangre en la boca.

No sustituye al sexo.

Nada lo sustituye.


Escrito el 5 de noviembre de 2009


viernes, 20 de marzo de 2015

Azogue

Azogue

1.
Vino a mí el azogue
cuando tú viniste.
(Cimbrea, cimbrea;
que se junte la espalda
con la cadera).
Sumado a otro mayor
que ya había
–Pues si era el ahogo–
vino a mí.
–y ahora me azogo–
(Cimbrea, cimbrea,
cintura y cadera).
–es porque insuflas aliento a mordiscos–.


Mientras degusto en tu lengua la droga
ya la añoro,
ya quiero más:
que sea todo
cuanto de ti me fuere dado
en una vida intensa.
y luego otra vez.
y ahora más de lo posible.

2.
El azogue recubre de insectos mi espalda.
El azogue me vibra el pecho.
(Cimbrea, cimbrea;
vientre y tobillo,
muslo y cadera).
Se afila en una estrella de cristales que medran
–cuánto más lento más doloroso–
de dentro hacia fuera.

3.
Y como viniera
dirijo ahora un ejército de desjarretados.
Me arrastro tras,
por su espalda,
en bichos,
azogados.
Repto
–turgente sierpe–
hincada de sienes.


4.
Muéreme
cuando te llamo y agito la lengua.
Liba della,
azógame.

(Escrito en el año 94, 95 o 96. Las ganas de cimbrearse nunca se pierden).

lunes, 16 de marzo de 2015

'Custodios de la angustia' o qué rezo cuando no rezo a Quevedo


Repito algunos versos como mantras. "Relámpagos de risa carmesíes", o "Mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón".
Pero a veces necesito repeticiones hechas a medida para desconjurar la angustia con palabras, una y otra vez.

Custodios de la angustia

   Me arrancan, porque dicen que me quieren,
   pellizcos de mi carne y más me aturdo.

   Presionan mis costillas contra el vidrio
   que empaña con mi aliento su reflejo.

   Me inquietan con tan cálida ternura,
   son de intención tan buena y amorosa...
   Les dices "No me quieras" y comprenden,
   pero mantienen la presión, condescendientes.

   No entiendo su tutela: soy feliz.
   Respiro y la alegría me atraviesa.
   Sonrío y sonreír tiene sentido.

   Dicen que vienen pues les llamo por costumbre
   y si no llamo vienen ellos por si acaso.
   Y si aquí están -custodios son- custodian.

   Me clavan, porque dicen que me quieren,
   acicates de angustia y más me aturdo
.


Custodio de potentes muslos

sábado, 14 de marzo de 2015

Glass Façades

El móvil que uso tiene tantos megapíxeles en la cámara que el número del día en que vivo no los supera hasta que llego a mediados de mes.

Es un teléfono mostrenco para poder, por ejemplo, trabajar mientras paseo por la calle. A mi sobrinísima adolescente le alucina que parte de mi trabajo sea mirar el mail y Facebook y Twitter en la pantalla de este universo de mitad de cuarto de kilo. Mi hermana le pregunta a la niña una y otra vez que si aparte de trabajar en lo que su tía (que soy yo) quiere cobrar lo mismo. “Te morirás de hambre”, le recuerda. Yo no me ofendo: sé que hay épocas.

Lo uso mucho para escuchar música. He puesto cien y cien temas en una tarjeta de memoria (¡Tarjeta de Memoria! ¿No es adorable?) menor que la uña de mi meñique izquierdo.

Hace quince o veinte años enchufaba los auriculares a un caminhombre, un walkman –pronunciado 'güaqman'–. Lo dejé de usar, salvo para emergencias, cuando compré una radio chiquita que abultaba un tercio de lo que abulta ahora mi smartphone y que pesaba apenas lo que un par de pilas AAA. Reservaba el güaqman para aumentar puntualmente la producción de endorfinas o alguna de esas drogas que nos auto-regalamos. Los catalizadores eran casetes de Björk, Radio Futura, The Cure, Nusrat Fateh Ali Khan, Polly Jean Harvey... El resto del tiempo escuchaba Radio 3, que entonces tenía mucha variedad.

Recuerdo especialmente un mediodía en el que volvía de o iba a Lugo desde Madrid. Lugo no es Lugo capital sino el pueblo donde vive mi amiga de siempre y el viaje era la peregrinación anual para verla. El autobús hizo una parada larga en La Bañeza o Ponferrada o en algún sitio donde yo no recordaba haber estado una hora seguida, así que estaba desorientada, hambrienta y con poco dinero; o sea, como casi siempre. Alguien dijo que había mercadillo y me puse a caminar para que me circulasen mejor desde los oídos las obsesiones de Ramón Trecet, que presentaba a Philip Glass con gran fuerza dramática. Cerca y lejos me perdí. Atravesé caminando un bosque de edificios de gran altura durante los casi 8 minutos que dura “Façades”, y era la música la que permitía la existencia de esas fachadas, la que ponía el rojo a los ladrillos y el blanco a las persianas.


No me acuerdo de cómo fue (o había sido) el viaje, si discutí con mi amiga durante mi estancia lucense o nos jartamos de reír o si bailamos o fuimos a la playa o si volví con una cantidad de tristeza distinta en la mochila, pero que el locutor de baloncesto (a quién ya sabía yo calvo, con barba y con gafas) que llevaba “Diálogos 3” hiciese surgir una urbanización con chelo, flauta y clarinete ya no se me olvida.

No perdí el autobús. A veces no lo pierdo.
Di un paseo, comí algo barato y nocivo. Quizá leí.


Quería explicar uno de esos momentos de enloquecedora intensidad pero vacíos de contenido que empero jalonan esa parte mayoritaria de vida en la que no me está pasando nada.

Buen fin de semana.

A Pilar Baena